A María, de 66 años, y su marido les acababan de anunciar el desahucio de su vivienda, comprada hace 43 años, y estaban a punto quedarse en la calle... cuando les tocó la Lotería
Lo
que le ocurrió a María con la Lotería de Navidad del año pasado no fue suerte, fue casi un milagro. Después de
trabajar en el servicio de una familia pudiente durante más de 40 años sin ser
asegurada, y no tener derecho a ninguna pensión, las deudas contraídas por su
hijo, al que avaló para un préstamo, le habían costado el
desahucio de su casa. «Estaba a pocos días de quedarme en la calle con mi
marido. El banco ya me había avisado de que se había ejecutado la sentencia y
era cuestión de tiempo que me echaran», cuenta a ABC.es esta catalana de 66
años.
Una
semana antes de que se celebrara el sorteo de Navidad, cuando ya se estaba acabando
la lotería, su amigo José
Antonio Maldonado –el hombre que más dinero repartió en el Gordo del año
pasado y al que conocía desde que tenía 5 años– le preguntó a su marido si
ya había cogido el número
de su bar, que compraban todos los años. «No lo tengo todavía. Ya sabes cómo
estamos. No lo he podido comprar», le contestó.
José Antonio, entonces, le regalo el décimo, sin aceptar que
se lo pagara en los días sucesivos. Los dos números que jugaban el año pasado
María y su marido eran precisamente regalo
de este hostelero de Pallejá, la localidad de Barcelona donde viven. Uno que
le regalaba gratis todos los años del lugar de vacaciones donde hubiera estado y
el del bar, que, hasta el año pasado, siempre le pagaba.
«No me podía gastar ni 20 euros»
«No nos iba bien. No compramos el décimo porque llevábamos dos años que no tenemos ni para comer. No me podía gastar ni 20 euros», asegura María. Hace unos años, su hijo le pidió que le avalara un préstamo con su piso para comprar un camión y que se pusiera a trabajar por su cuenta.
Al
cabo del tiempo, a éste no le fue bien y no pudo hacerse
cargo de la deuda, que pasó entera a sus padres. La pensión del
marido, ya jubilado, no daba. No tenían ni para pagar la luz o el agua y,
por si fuera poco, su hijo y la mujer de éste, ambos en paro, se tuvieron que ir
a vivir con su hija a casa de María. Comían todos con los 60 euros a la semana que ganaba ella
limpiando la casa de José Antonio.
Las
deudas del hijo terminaron por ahogar a María y su marido, hasta que les llegó
el
primer desahucio, aprobado el juez. El piso se lo quedaba un prestamista al
que su hijo le debía un montón de dinero, pero, por suerte, éste no quiso
hacerse cargo de las deudas adjuntas a la casa y la rechazó. El segundo
desahucio, esta vez del banco, estaba a punto de producirse pocos días antes
de conocerse los resultados de la Lotería de
Navidad. El juzgado les había avisado varias veces de que la sentencia se
iba a ejecutar ya… cuando se hizo la luz en
forma de número, el 79250, y comenzaron a «llover» millones en Pallejá.
«¡No puede ser, no puede ser!»
El
marido de María estaba solo en casa viendo el sorteo de Navidad
por televisión. Cuando escuchó su número, ni se lo creyó: «¡No puede ser, no
puede ser!», repetía. Cuando lo volvió a mirar, le entraron tales nervios,
cuenta María, que se puso a dar vueltas a la mesa del salón diciendo sin parar
de decir: «¡Qué me ha tocado, qué me ha tocado!». Fue él precisamente quien unos
días antes le insistió a José Antonio, que llevaba más de 20 años jugando al
mismo número, que no lo cambiara cuando le comentó que ya no le gustaba.
«Lo
primero que hicimos fue ir corriendo al banco para pagar las deudas y frenar el
último desahucio de mi casa», cuenta. Desgracias de la vida, a causa de estas
deudas de su hijo, María tuvo que gastarse «más de 30 millones de pesetas» (180.000 euros) en recuperar un
piso por el que ella había pagado un millón hace ya 43 años.
Si
a esto le sumamos otras varios miles de euros en gastos de abogados, gestores,
otras deudas de su hijo, a María y su marido no les ha quedado para darse a
alegrías. De los 300.000 euros que ganaron en el Gordo, el único capricho que se
dieron fue cambiar las puertas de su casa, que eran
las originarias de 1968, y salir a cenar algún día con su marido. El resto del
dinero lo tiene ahí para coger pellizcos cuando
la pensión de su marido no les llega a fin de mes. Fuente.
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